Han sido muchos y numerosos los debates que se han sostenido a lo largo de la historia sobre el cine español. Uno de los más frecuentes es la mala vocalización, que hoy por hoy parece un mal endémico en la industria cinematográfica española.
Hay algunos
actores que sostendrán, sin ningún tipo de problema, que en las películas
españolas no es necesaria una dicción perfecta porque deben reflejar la
realidad y en la realidad no hablamos con tanta perfección. Craso error. Algunos
actores y directores del cine español no han caído en la cuenta (a estas
alturas) de que, cuando se hace una película que pretende reflejar la realidad,
tiene que tener una realidad FINGIDA, es decir, una ilusión que no calque la
realidad, sino que se acerque a esta.
Entre los
años 39 y 81 del pasado siglo XX, todas las películas españolas eran DOBLADAS.
Todas. Tanto es así que, en algunos casos (sobre todo cuando el que salía en
pantalla no era actor) se les cambiaba la voz a ciertos actores. Así hemos podido,
por ejemplo, ver a Jose Luis López Vázquez doblado por Víctor Ramírez o por
Irene Guerrero de Luna, quien lo hizo en el célebre título “Mi Querida Señorita”.
Esto originaba que, en las películas, la dicción fuese perfecta (dado que
quienes dirigían la sincronización en sala eran a veces actores y directores de
doblaje). El espectador no se veía obligado a subir el volumen, ni se
despistaba pensando qué ha dicho tal o cual actor.
Hablar
perfectamente no debería ser una cuestión de realismo ni de pretensiones
pseudoartísticas, debería ser una cuestión de profesionalidad. Cuando Antonio
Ozores y su hermano Jose Luis sonorizaban las películas en sala no dudaban en
cambiar chistes sobre la marcha, y, con todo y con eso, sincronizaban sus
diálogos perfectamente. No es leyenda, hay un técnico de sonido (cuyo nombre no
diré) que puede corroborarlo.
Hay en el
cine español un eterno debate respecto al doblaje de películas extranjeras.
Algunos, con un divismo mundial y una ceguera absoluta, creen que el cine
español no despega por culpa del doblaje de películas extranjeras. Y el
público, en su gran mayoría, les quita la razón. Un actor no puede pretender
que el público vea sus películas si descuida sobremanera su dicción, por la
sencilla razón de que el público no debería perder el tiempo esforzándose por
entender a un actor que debería cumplir con su cometido con eficacia, y sin
dificultarle la comprensión al espectador. Esto nunca ocurre con el doblaje.
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