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martes, 27 de mayo de 2025

EL CINE ESPAÑOL Y LA VOCALIZACIÓN: EL ETERNO DEBATE

Han sido muchos y numerosos los debates que se han sostenido a lo largo de la historia sobre el cine español. Uno de los más frecuentes es la mala vocalización, que hoy por hoy parece un mal endémico en la industria cinematográfica española.

Hay algunos actores que sostendrán, sin ningún tipo de problema, que en las películas españolas no es necesaria una dicción perfecta porque deben reflejar la realidad y en la realidad no hablamos con tanta perfección. Craso error. Algunos actores y directores del cine español no han caído en la cuenta (a estas alturas) de que, cuando se hace una película que pretende reflejar la realidad, tiene que tener una realidad FINGIDA, es decir, una ilusión que no calque la realidad, sino que se acerque a esta.

Entre los años 39 y 81 del pasado siglo XX, todas las películas españolas eran DOBLADAS. Todas. Tanto es así que, en algunos casos (sobre todo cuando el que salía en pantalla no era actor) se les cambiaba la voz a ciertos actores. Así hemos podido, por ejemplo, ver a Jose Luis López Vázquez doblado por Víctor Ramírez o por Irene Guerrero de Luna, quien lo hizo en el célebre título “Mi Querida Señorita”. Esto originaba que, en las películas, la dicción fuese perfecta (dado que quienes dirigían la sincronización en sala eran a veces actores y directores de doblaje). El espectador no se veía obligado a subir el volumen, ni se despistaba pensando qué ha dicho tal o cual actor.

Hablar perfectamente no debería ser una cuestión de realismo ni de pretensiones pseudoartísticas, debería ser una cuestión de profesionalidad. Cuando Antonio Ozores y su hermano Jose Luis sonorizaban las películas en sala no dudaban en cambiar chistes sobre la marcha, y, con todo y con eso, sincronizaban sus diálogos perfectamente. No es leyenda, hay un técnico de sonido (cuyo nombre no diré) que puede corroborarlo.

Hay en el cine español un eterno debate respecto al doblaje de películas extranjeras. Algunos, con un divismo mundial y una ceguera absoluta, creen que el cine español no despega por culpa del doblaje de películas extranjeras. Y el público, en su gran mayoría, les quita la razón. Un actor no puede pretender que el público vea sus películas si descuida sobremanera su dicción, por la sencilla razón de que el público no debería perder el tiempo esforzándose por entender a un actor que debería cumplir con su cometido con eficacia, y sin dificultarle la comprensión al espectador. Esto nunca ocurre con el doblaje.

                                                                                                                                                

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